En el siglo II a.C., numerosas historias y escritos hebreos
fueron reunidos y traducidos al griego bajo el nombre de Septuaginto, que más
tarde pasó a llamarse Antiguo Testamento. En los años posteriores a la
formación de la Iglesia Católica, los llamados Padres de la Iglesia examinaron
estos textos y decidieron cuáles de ellos habían sido escritos bajo inspiración
divina y cuales eran productos de la mente humana. Los escritos rechazados se denominan
apócrifos o libros ocultos, que no deben ser confundidos con los pseudoepigraficos
o falsos textos. Estos últimos, contrariamente a lo que algunos autores defienden,
nunca pertenecieron al canon original, aunque tuvieron una gran difusión
durante los años de la escritura apocalíptica, que comenzó unos 200 años antes
de cristo y finalizó un siglo después con su crucifixión.
Entre los libros apócrifos más famosos pueden citarse las tres
grandes crónicas de Enoc, recopiladas hacia el siglo II a.C. a partir de
fuentes mucho más antiguas. En el siglo IV a.C., estas crónicas fueron
declaradas apócrifas por San Jerónimo.
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